En ocasiones los latidos de mi corazón parpadean al compás de las luces. Es un ir y venir de emociones y contradicciones. Todo es como un carnaval.
De pronto, observo como un paracaídas cae sin tiempo ni espacio. Parece que mi mente dibuja un flashback de recuerdos. Todo se paraliza. A veces regreso en el tiempo o viajo con él. Me parece que en realidad aún no logro descifrar la similitud ni comparar la ambigüedad de mi propia metáfora. En fin… eso no es tan relevante.
Sí, puede que me llames cambiante y que no lo comprendas. ¿Te confieso algo? Ni yo misma lo hago. En esta noche tan sólo quería escribirte, y aunque no tengo una combinación ingeniosa de palabras ni una estética que revuelva sentidos, te digo que te siento presente. No por capricho, no por ocio, sino por amor.
A veces la cotidianidad carcome las palabras, las razones. Me admira la volatilidad con que se pueden ir los sentimientos o al menos eso creo. ¿Te digo algo? Siempre regresan. Creo que es por eso que los días me recuerdan la esencia, los motivos.
Quizás pretender me haga ambiciosa y quizás reconozco su dificultad, hasta que te oigo refunfuñar. Desde mi punto de vista, desde tu punto de vista… ¿Qué más da? Sin querer, la situación se convierte en un sube y baja que difícilmente encuentra el equilibrio. Ja, aunque no lo creas, es lo interesante del asunto.
Esta noche me prohíbe dormir, me provoca a pensar. Quizás mi mente se distraiga y divague como meteorito por el espacio, pero te aseguro que siempre toca tierra. Te confieso que quizás es la luna, el frío o la comezón que provocan en mis dedos estas calcetas de lana… creo que el desvariar se ha apoyado en mi hombro a estas horas nocturnas.
En fin, creo que no es una carta ni algún tipo de relato con principio, nudo y menos con una solución. Sin embargo no es preciso encontrar los extremos, ni buscar los contrastes… pues como bien se dice, siempre habrá un punto medio.
♥
*Time kaleidoscope
domingo, 7 de noviembre de 2010
lunes, 30 de agosto de 2010
El mundo en Retratos...
El eco de los escalones estaba ausente. Todo estaba en calma y aunque la mezcla de colores y formas decoraban el lugar, esa mañana se acompañaba del silencio. Nada nuevo. Tan sólo un sábado más cansado de esperar y con sed de un poco de vida. El reloj marcaba los segundos y uno de sus desiguales brazos apuntaba hacia el azulado cielo y la otra le ganaba por un cuarto de fracción.Quién diría que esa absurda carrera, al término de una hora concluiría en empate en la misma muñeca del portero.
Fue entonces que ocurrió lo esperado y pequeñas risas invadieron el lugar. Dos curiosos pares de ojos revoloteando por la entrada de la primera sala del museo. Mientras tanto, su madre, una mujer rubia de complexión delgada y ojos escarlata, se daba a la tarea de llenar con tinta negra el hueco asignado en el libro de registro. El portero miró la hoja y por miedo a errar al emitir alguna palabra con mala pronunciación, respondió con una mueca y un movimiento de brazo indicando ¡Bienvenidos!. Por supuesto ella al instante comprendió.
Al entrar por la angosta puerta, su mirada divagó. Impresionantes cuadros decoraban el blanco sin mancha que portaba el lugar. Con una mirada vislumbró desde manzanas cuadradas hasta el colorido arte abstracto que le recordó el aroma de aquél viejo amor de verano. Sus pies fueron avanzando lentamente por soberana convicción sobre la duela, mientras su mente viajaba. En sus pequeños y redondos lentes de cristal se reflejaba el dolor de un Cristo agobiado por el smog y después se vio asombrada por una escultura color bronce de un hombre postrado de pasión. De pronto, se siento parte del mundo.
¡¡Crack!! – escuchó el crujido de la madera en las escaleras. Ante el sonido la mujer regresó a la tierra. Volteó por instinto a su alrededor y sorprendida por la ausencia de sus pequeños imaginó que los inquietos pasos eran producto de su linaje. Entonces se dirigió hacia las escaleras, pero no sin por lo menos ojear cada uno de los cuadros y fotografiar uno que otro pedazo de color. Sujetándose fuertemente con uno de sus blancos brazos subió por las escaleras, topándose con dos guardias sentados que ni le prestaron atención.
De pronto, se vio envuelta por dos reconocidas risas, que desde hace algunos años era su motor en la vida. El sonido encaminó sus pasos y tras haber recorrido medio piso de emociones finalmente los encontró. Ahí estaban, jugando y admirando, riendo y disfrutando. La tranquilidad armonizó la sala y las paredes deslumbraban. Parecía que la luz que se filtraba por las armoniosas ventanas y bailaba al compás de sus cabellos. Eso la enamoró. Se acercó y les llamó con su nato acento francés.
Recorrieron uno a uno aquellos retratos de extraños. Mezclando la rica simbiosis del arte y la interpretación. Las palabras de sus bocas ignoraban la distinción de lenguajes, pues su madre les leía los títulos comenzando las frases en español y las terminaba con algunas palabras francesas. Los niños clavaban atentos sus pupilas en los retratos y sus bocas en ocasiones dibujaban una “O” por la loca imaginación del artista.
Entre risas y arte, el sonido guió a los pequeños a un rincón de la ventana. Sus cortos dedos se plasmaron en el vidrio y decidieron que el señor de los globos sería su nuevo anfitrión. Sin más preámbulos, condujeron con pequeños tirones a su madre hasta la salida. Fue así como se despidieron del museo y sin haberse dado cuenta, ese día el arte con ellos revivió.
Fue entonces que ocurrió lo esperado y pequeñas risas invadieron el lugar. Dos curiosos pares de ojos revoloteando por la entrada de la primera sala del museo. Mientras tanto, su madre, una mujer rubia de complexión delgada y ojos escarlata, se daba a la tarea de llenar con tinta negra el hueco asignado en el libro de registro. El portero miró la hoja y por miedo a errar al emitir alguna palabra con mala pronunciación, respondió con una mueca y un movimiento de brazo indicando ¡Bienvenidos!. Por supuesto ella al instante comprendió.
Al entrar por la angosta puerta, su mirada divagó. Impresionantes cuadros decoraban el blanco sin mancha que portaba el lugar. Con una mirada vislumbró desde manzanas cuadradas hasta el colorido arte abstracto que le recordó el aroma de aquél viejo amor de verano. Sus pies fueron avanzando lentamente por soberana convicción sobre la duela, mientras su mente viajaba. En sus pequeños y redondos lentes de cristal se reflejaba el dolor de un Cristo agobiado por el smog y después se vio asombrada por una escultura color bronce de un hombre postrado de pasión. De pronto, se siento parte del mundo.
¡¡Crack!! – escuchó el crujido de la madera en las escaleras. Ante el sonido la mujer regresó a la tierra. Volteó por instinto a su alrededor y sorprendida por la ausencia de sus pequeños imaginó que los inquietos pasos eran producto de su linaje. Entonces se dirigió hacia las escaleras, pero no sin por lo menos ojear cada uno de los cuadros y fotografiar uno que otro pedazo de color. Sujetándose fuertemente con uno de sus blancos brazos subió por las escaleras, topándose con dos guardias sentados que ni le prestaron atención.
De pronto, se vio envuelta por dos reconocidas risas, que desde hace algunos años era su motor en la vida. El sonido encaminó sus pasos y tras haber recorrido medio piso de emociones finalmente los encontró. Ahí estaban, jugando y admirando, riendo y disfrutando. La tranquilidad armonizó la sala y las paredes deslumbraban. Parecía que la luz que se filtraba por las armoniosas ventanas y bailaba al compás de sus cabellos. Eso la enamoró. Se acercó y les llamó con su nato acento francés.
Recorrieron uno a uno aquellos retratos de extraños. Mezclando la rica simbiosis del arte y la interpretación. Las palabras de sus bocas ignoraban la distinción de lenguajes, pues su madre les leía los títulos comenzando las frases en español y las terminaba con algunas palabras francesas. Los niños clavaban atentos sus pupilas en los retratos y sus bocas en ocasiones dibujaban una “O” por la loca imaginación del artista.
Entre risas y arte, el sonido guió a los pequeños a un rincón de la ventana. Sus cortos dedos se plasmaron en el vidrio y decidieron que el señor de los globos sería su nuevo anfitrión. Sin más preámbulos, condujeron con pequeños tirones a su madre hasta la salida. Fue así como se despidieron del museo y sin haberse dado cuenta, ese día el arte con ellos revivió.
martes, 27 de julio de 2010
La vida es una motocicleta
A veces da vueltas mi cabeza afinando los recuerdos, eludiendo las promesas.
Su mirada estaba fija y mis ojos se dilataban. Nadie podría predecir lo que vendría después de ese momento. Los destellos de colores rondaban en el cielo, la noche sin duda desprendía lo caótico. Sus manos sudaban, podía darme cuenta de lo que estaba por decir... sin embargo, nunca dijo nada. De pronto, las manecillas giraban y giraban más rápido de lo normal, y aunque parecía que era la última vez, mi intuición seguía palpitando. Ahora me era ajeno, todo había cambiado al ritmo de las estaciones y por más que repasaba lo motivos, ya no estaban en el mismo sitio. Habían huido. Rápidamente tomé mi orgullo entre mis manos y lo metí dentro de mi bolso. Ahí estaba más seguro. Me levanté y clave mi mirada sin tintinear sobre sus ojos y arroje de una vez todo el despecho contenido. No tuvo palabra alguna. Me di la vuelta y seguí con el camino de mi vida. Esto no sería conmovedor en el futuro.
El tiempo es irónico... jamás deja de avanzar, pero pueden bastar pocos segundos para quedar inmóvil en él durante años. A veces vas rápido y sin freno, no lo piensas. Puedes sentir como el aire te roba el aliento y la adrenalina te carcome los huesos. No importa realmente si viajas a China o a Marte, a Venus o al Caire, en frente o a la esquina… al final, sólo la emoción cuenta. Sé que las luces encandilan y pueden destellar, pero sospecho que tienen alguna función, por algo están. Me pregunto qué pasa si un día tan solo decido apagarlas y sigo y sigo rodando hasta el cansancio, junto a la luz tenue que me hace pasar desapercibida, ¿algo podría cambiar?
Una vez que te detienes, ya no hay nada: tan sólo recuerdos. Miles de huellas por el pavimento adornaran este mundo y el mundo en tu cabeza ahora esta. Es ahí cuando te das cuenta que las incesables vueltas te han marcado por completo. Sin duda, la vida es una motocicleta.
Su mirada estaba fija y mis ojos se dilataban. Nadie podría predecir lo que vendría después de ese momento. Los destellos de colores rondaban en el cielo, la noche sin duda desprendía lo caótico. Sus manos sudaban, podía darme cuenta de lo que estaba por decir... sin embargo, nunca dijo nada. De pronto, las manecillas giraban y giraban más rápido de lo normal, y aunque parecía que era la última vez, mi intuición seguía palpitando. Ahora me era ajeno, todo había cambiado al ritmo de las estaciones y por más que repasaba lo motivos, ya no estaban en el mismo sitio. Habían huido. Rápidamente tomé mi orgullo entre mis manos y lo metí dentro de mi bolso. Ahí estaba más seguro. Me levanté y clave mi mirada sin tintinear sobre sus ojos y arroje de una vez todo el despecho contenido. No tuvo palabra alguna. Me di la vuelta y seguí con el camino de mi vida. Esto no sería conmovedor en el futuro.
El tiempo es irónico... jamás deja de avanzar, pero pueden bastar pocos segundos para quedar inmóvil en él durante años. A veces vas rápido y sin freno, no lo piensas. Puedes sentir como el aire te roba el aliento y la adrenalina te carcome los huesos. No importa realmente si viajas a China o a Marte, a Venus o al Caire, en frente o a la esquina… al final, sólo la emoción cuenta. Sé que las luces encandilan y pueden destellar, pero sospecho que tienen alguna función, por algo están. Me pregunto qué pasa si un día tan solo decido apagarlas y sigo y sigo rodando hasta el cansancio, junto a la luz tenue que me hace pasar desapercibida, ¿algo podría cambiar?
Una vez que te detienes, ya no hay nada: tan sólo recuerdos. Miles de huellas por el pavimento adornaran este mundo y el mundo en tu cabeza ahora esta. Es ahí cuando te das cuenta que las incesables vueltas te han marcado por completo. Sin duda, la vida es una motocicleta.
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