A veces da vueltas mi cabeza afinando los recuerdos, eludiendo las promesas.
Su mirada estaba fija y mis ojos se dilataban. Nadie podría predecir lo que vendría después de ese momento. Los destellos de colores rondaban en el cielo, la noche sin duda desprendía lo caótico. Sus manos sudaban, podía darme cuenta de lo que estaba por decir... sin embargo, nunca dijo nada. De pronto, las manecillas giraban y giraban más rápido de lo normal, y aunque parecía que era la última vez, mi intuición seguía palpitando. Ahora me era ajeno, todo había cambiado al ritmo de las estaciones y por más que repasaba lo motivos, ya no estaban en el mismo sitio. Habían huido. Rápidamente tomé mi orgullo entre mis manos y lo metí dentro de mi bolso. Ahí estaba más seguro. Me levanté y clave mi mirada sin tintinear sobre sus ojos y arroje de una vez todo el despecho contenido. No tuvo palabra alguna. Me di la vuelta y seguí con el camino de mi vida. Esto no sería conmovedor en el futuro.
El tiempo es irónico... jamás deja de avanzar, pero pueden bastar pocos segundos para quedar inmóvil en él durante años. A veces vas rápido y sin freno, no lo piensas. Puedes sentir como el aire te roba el aliento y la adrenalina te carcome los huesos. No importa realmente si viajas a China o a Marte, a Venus o al Caire, en frente o a la esquina… al final, sólo la emoción cuenta. Sé que las luces encandilan y pueden destellar, pero sospecho que tienen alguna función, por algo están. Me pregunto qué pasa si un día tan solo decido apagarlas y sigo y sigo rodando hasta el cansancio, junto a la luz tenue que me hace pasar desapercibida, ¿algo podría cambiar?
Una vez que te detienes, ya no hay nada: tan sólo recuerdos. Miles de huellas por el pavimento adornaran este mundo y el mundo en tu cabeza ahora esta. Es ahí cuando te das cuenta que las incesables vueltas te han marcado por completo. Sin duda, la vida es una motocicleta.
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